"Me mato mejor con canciones
de esas que te tocan
para que nadie me quite el baile
de recrearme en tu boca..."
(Platos rotos.- Paco Cifuentes)
No debía ser casualidad que sonara un disco de Damien Rice
en el salón de actos antes de que comenzara el concierto, ni tal vez el
hecho insignificante de que al salir al escenario Paco Cifuentes
interrumpiera precisamente I remember
en su parte más intensa; sin dejar que terminara de sonar, como quien
venda una herida antes de desangrarse por completo. Como de costumbre
salió solo, con guitarra y voz, que diria Drexler, lo que por otra parte
ya es más que suficiente tratándose de quien se trata. Hay algo en
Cifuentes que lo hace verdaderamente especial cuando toca así; algo que
tras varios conciertos aún no acierto a explicar(me) del todo ni, en
realidad, aspiro realmente a hacerlo nunca. Es algo que tiene que ver
con su voz, con su forma de tocar o de cantar, con la relación "ilógica"
que establece entre su voz y el silencio en la que a veces parece que
éste más que ser mero vacío a su alrededor completa sus canciones, les
otorga matices casi indescifrables pero frágiles, fugaces y, sobre todo,
hermosos.
Así ocurre sin ir más lejos en la magnífica La vida aparte,
canción que dará título a su segundo disco, que no había escuchado
siquiera antes y ante la que en primera impresión sólo cabe quedarse
impresionado, casi boquiabierto ante la intensidad que destilan sus
letras; sus frases enredadas en lo más profundo del tejido de la piel
ajena, tan dentro que no queda ya más remedio que sentirlas bajo la
propia piel. Algo quizá que te aniquila, te hipnotiza, como canta en Collage
con esa fuerza tan característica que tiene con la guitarra y en el
desequilibrio salvaje y, no obstante, controlado de su voz. Porque la
voz de Paco tiene un punto impreciso de deje, de (des)equilibrio
imposible para discurrir por las canciones entre el grito y el susurro
de forma asombrosa y casi ilógica, dotándolas de una intensidad y un
punto vertiginoso que las hace difícilmente imaginables de otra forma a
como él las canta, incluso cuando las canta de forma diferente a la
habitual. Así sucede todo el tiempo con Últimamente,
una grandísima canción que no era siquiera canción sino retazos de una
conversación a las tantas de la mañana; una demostración de que la
música puede sobreponerse en ocasiones a todo lo que se le ponga por
delante sin que importe que carezca de una métrica precisa, una rima
cuidada o incluso algo de qué hablar. Últimamente
es una canción enorme construida a base de aristas por pulir, de golpes
inconexos que parecen dirigirse al viento pero que acaban noqueándote;
una canción que logra en la interpretación de Paco un equilibrio
imperfecto, o un perfecto desequilibrio quizá, entre el grito y el
susurro, la rabia y la emoción contenida, llegando a constituir una
interpretación casi perfecta hecha, asombrosamente, a base de
imperfecciones. Y cuando se canta así, prácticamente da igual que
recurra a canciones relativamente nuevas o tire de su repertorio más
habitual, como hizo posteriormente en el caso de la siempre
extraordinaria y definitoria Platos rotos, para seguir matándose mejor con canciones, o la delicada y repleta de poesía cotidiana Vestida de domingo, ambas esta vez en compañía del más que interesante Andrés Suarez (al que por cierto no conocía apenas).
Éste
último ofreció a su vez una actuación realmente destacada en la que a
buen seguro captó a nuevos destinatarios de sus canciones, con un estilo
enérgico y letras realmente elaboradas, plagadas de imágenes
inusualmente evocadoras para los tiempos que corren: los de ese universo
musical plagado de inmediatez y de simplismo en busca únicamente de las
ventas o el éxito. El propio Andrés Suarez primero bromeaba sobre la
chica que en unos grandes almacenes le decía que no tenían su disco
(afirmando, además, que le sonaba mucho su nombre ante la perplejidad
del propio autor), y luego confesaba que le hacía más ilusión que
alguien supiera su letra entre el público a encontrarse con su disco en
las tiendas en una ciudad que no es la suya. Y al escuchar su música,
además, podías entender que en gran medida era cierto decir aquello y no
un mero guiño a un público cómplice. Que, al menos todavía, Andrés
Suarez piensa en las canciones que quiere escribir para llegar a la
gente en lugar de en la gente a la que quiere llegar usando las
canciones como un mero artículo de usar y tirar, en la música como un
fin en sí mismo antes como un medio hacia otro lugar.
Luego volvió Cifuentes y tocaron algunas canciones de ambos a medias,
retomaron el escenario cada uno a solas y sonaron entre otras la también
magnífica Hay días de Paco o la más conocida e incluso coreada Números cardinales
de Andrés. Cifuentes, por su parte, está llegando a un punto de su
repertorio en el que empiezan a faltarle y sobrarle canciones sin que
llegue realmente a importar, aunque (personalmente) me faltaron algunas,
como la siempre inmensa Tu boca, la preciosa y desencantada Through the light (por la que reconozco el nombre de Suarez en el acompañamiento) o la casi inédita Antes,
que estuvo a punto de tocar cuando rectificó diciendo que no sabía para
qué se pensaba el repertorio... Y fue curioso porque yo deseaba
escuchar esa canción por una serie de razones (y quizá, sobre todo, de
sinrazones), igual que habría dejado que sonara completa I remember al comienzo, pero el día definitivamente no estaba ni estaría ya por la labor de desencaminarse.
Y
al final, volvieron a juntarse y ya daba casi completamente igual de
quién fuera la canción o quien cantara y quien acompañara, y regalaron
un final pletórico de complicidad y de entrega, de ilusión por echar el
rato cantando como si la vida les fuera en ello sabiendo que en realidad
era exactamente así. Porque, a veces, una parte importante de la vida
cabe en canciones como las que estos tipos cantan.
Como las que nosotros sentimos.
martes, 10 de febrero de 2009
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