domingo, 25 de enero de 2009

Buscando la música como horizonte


A Marina Gallardo "le debía" una crónica desde el día en que, sustituyendo a Russian Red, cantaba mirando al infinito con su voz cálida y repleta de matices en la Fnac. Fueron sólo cuatro o cinco canciones cuyos títulos había escrito unos momentos antes en un folio, improvisando un setlist sentada en la última fila de la sala, pero lo suficiente como para dejar la impronta de ser alguien a seguir de cerca. Salió sola con una guitarra y muchos nervios, costándole incluso afinar las cuerdas o levantar la cabeza entre canción y canción. Y la curiosa estampa, sin embargo, lejos de entorpecer su interpretación incluso la reforzaba: aquella chica rezumaba música por todas partes. Los nervios en el escenario, los ojos al frente mirando a nadie o incluso cerrados en muchos momentos, la forma tímida y sincera de dar gracias a todos aquellos que allí casi parecían incomodarla. Pero sobre todo esa voz tan peculiar, tan envolvente y cálida de la que es realmente difícil escaparse si le prestas una mínima atención, si dejas que te atrape durante al menos un instante.

La misma voz con la que anoche volvió a cautivar a quienes la vimos desde esa primera Savana Song tocada igualmente sola con guitarra, aunque ésta vez algo más ronca quizá por un resfriado. Y después, ya acompañada de banda, volvió a confirmar la magnífica impresión de aquella primera vez que la vi, con canciones de aire más eléctrico esta vez (In a frame of my real temp o X-song son buenos ejemplos de ello) y, sobre todo, con ese toque de folk tan cálido que por momentos parece susurrar o acariciarte con su voz, como hace en About days, en la propia Savana Song con la que abrió el concierto o en esa maravillosa melodía tan hipnóticamente hermosa que es Bloody Moonshine.

Una voz que, en definitiva, puede incluso llevarte por momentos a ese infinito al que apuntan a veces los ojos de Marina al cantar.