viernes, 23 de abril de 2010

La dimensión reconocida



"Aunque me vistas de negro, seguiré siendo de pueblo..."
(The New Raemon; sala Fun club, 16/04/10)


Como si de un chiste (malo) del propio Ramón Rodríguez (alma máter de The new Raemon) se tratara, entré buscando aparcamiento por una paralela a Resolana y tras diversos callejeos inverosímiles y un no-giro a la derecha de lo más inoportuno aparecí en la Encarnación en una maniobra digna de haber sucedido en La dimensión desconocida . Llegué, a pesar de todo, con los pies más mojados de lo deseable pero las ganas intactas de concierto, justo a tiempo para escuchar al telonero -Dani Llamas- que me sorprendió gratamente: sonido muy americano de folk-rock acústico y buena voz. Posiblemente no lo más indicado para calentar a un público de noche lluviosa, pero sí interesante para merecer una segunda escucha con más calma en otro momento.

A continuación salió The new Raemon, con el propio Ramón a la cabeza (y barba) acompañado de bajo, guitarra, batería y teclados para dar comienzo con el verdadero concierto esperado por todos allí. Y, sin duda, no decepcionó lo más mínimo en su propuesta. Comenzó tocando temas de su segundo disco (La dimensión desconocida), como la sencilla Estupendamente o la siempre pegadiza e imparable Sucedáneos, que mejoran en directo las versiones grabadas en el estudio (si bien eso es algo que hizo durante toda la noche con todo lo que fue tocando). Además, a las primeras de cambio -casi diría que sin tiempo para prevenirse- soltó una de las balas que yo hubiera dejado en la recámara hasta más tarde tocando la inmensa Por tradición, con la que se ganó ya por completo al público (si es que no lo tenía ganado de antemano).

Leí una vez a Zahara dicendo de esa canción que era “una de las más emocionantes que había escuchado durante 2009”, y lo cierto es que no puedo definirla de un modo mejor. Porque Por tradición es una de esas canciones que justifican un disco por sí solas, que te estremecen siempre en el momento más (in)oportuno; una de esas canciones que, en definitiva, no puedes evitar que te hablen directamente a los ojos y te alcancen hasta lo más hondo del corazón.



Una de las cosas que más me llaman la atención de Ramón es su bendita inquietud artística. Además de ser la voz cantante de uno de los grupos –para mi gusto- más interesantes de la escena indie pop-rock nacional (los magníficos Madee), tiene esta suerte de “proyecto paralelo” en el que da rienda suelta a un estilo tan peculiar como interesante que es el sonido de The new raemon, una especie de híbrido de cantautor moderno y banda indie-pop con un estilo y un sentido del humor muy particulares, capaz de reírse de sí mismo constantemente y, a la vez, de llegar a describir sentimientos que te llegan con una facilidad y sencillez pasmosa en sus canciones. Durante la noche siguió desgranando más y más temas de su último disco, como la homónima La dimensión desconocida, Variables o Dramón Rodríguez. También intercaló, cómo no, grandes temas de su primer disco (“ése del que todo el mundo dice que mola más”) como Saben aquel que diu -con reivindicación del gran Eugenio por parte de un divertido Ramón-, La cafetera o Fuera complejos, así como canciones de sus EPs como la preciosa y emocionantísima Vale por todo lo bueno, las versiones de Nueva (buena) Vulcano Mano izquierda y Te debo un baile (especialmente hermosa su interpretación de esta última solo a la guitarra acústica) o la sorprendentemente optimista – hablamos de Dramón, claro- La mesa redonda, quizá una de sus canciones más luminosas y brillantes. Merece una mención especial la versión en directo de ¡Hoy estreno! con mucha más participación de guitarra en su parte final que en el disco, que incluso hizo pensar en si no sonaría aún mejor el repertorio con algo más de protagonismo eléctrico en la mayoría de temas.

Y para terminar, sonaron todos los clásicos y un quejido lastimoso, varios puntos de sutura, todos los clichés de una ruptura. Y a fe que no había mejor forma de hacerlo que con éxitos tan rotundos -además de celebrados por el público- como esas maravillosas (y tristes) historias cantadas por el gran (D)Ramón en Hundir la flota o Tú Garfunkel , en las que el peculiar lenguaje de su autor alcanza las mayores cotas de emoción mediante sus giros de voz tan acertados como de costumbre y a base de sencillas pero impactantes imágenes cotidianas (siempre me ha parecido inmensa la frase y abrazamos las cucharas, para ver si alguna encaja). Canciones que, a pesar de su mínima difusión mediática, son capaces de llegar mucho más lejos dentro de la gente que la inmensa mayoría de lo que suena por las radios hoy en día.

El concierto fue, en definitiva, una demostración del crecimiento imparable de Ramón Rodríguez como artista, de cómo sus canciones crecen sobre el escenario al margen de lo que ya sonaba tan bien en sus discos y la confirmación de que –a estas alturas- le quedan ya bien pocos complejos de los que deshacerse mediante sus canciones como The new Raemon.

miércoles, 14 de abril de 2010

De riesgo y fábulas


(Zahara y los fabulosos; Sala Malandar, 19/03/10)


Uno de los riesgos de acudir a un concierto de Zahara es saber que tal vez no encuentre las palabras necesarias para transmitir las sensaciones que crean en mí sus canciones. Sin embargo, quizá sea justo por eso que uno se siente en deuda con ella para tratar de buscarlas -pase el tiempo que pase- desde que ella se ha bajado del escenario.

Pero si hablamos de riesgo, hay sin duda otro mayor en sus propias canciones: el de encontrar de pronto palabras atravesadas, a medio camino entre el corazón y la cabeza unas, otras quizá clavadas en el pecho y, quién sabe, alguna incluso caída al suelo desde la cicatriz -cerrada o no- de cualquier herida. Si nos dejamos llevar por lo que suena en la radio o las etiquetas –las odiosas etiquetas- que la clasifican en un determinado sonido “alegre” o “fresco” quizá no sea lo habitual, pero sí probablemente lo esencial, lo verdaderamente perdurable. Es cierto que Zahara tiene una gran habilidad para tocar canciones extraordinariamente bonitas. Y lo son en el mejor sentido del término, en la mejor tradición pop: sencillas, rítmicas, alegres y pegadizas. En ese sentido me recuerda siempre a grupos como Travis (uno de mis favoritos), y con el sonido eléctrico de su banda –especialmente ahora- las ha dotado de una fuerza con la que es materialmente imposible quedarse quieto al escuchar temas como Merezco, Chica pop, la canción más fea del mundo o Zapatos rojos.



Sin embargo, no es ahí donde radica el mayor talento de Zahara. Su verdadero fuerte, la razón esencial por la que merece -y mucho- la pena ir a verla está en volcar el corazón en las palabras, en entender la música como una emoción incontenible y en cantarla –vivirla- con toda la pasión necesaria. En estremecerte con algo tan sencillo y tan complejo como dos puñeteros versos en los que sientes su dolor y el tuyo con toda su crudeza y su hermosura. Si hay algo por lo que definiría a Zahara es porque –incluso pareciendo a veces casi salida de un cuento- es imposible no creértela cuando canta canciones como Photofinish, Con las Ganas o El lugar donde viene a morir el amor. Porque, a veces, escribe canciones que relativizan etiquetas o conceptos: no es una cuestión de calidad, de estilo o de belleza. Es una cuestión de necesidad, de autenticidad, de emoción.

Quizá ése sea en realidad su secreto: Zahara canta desde las mismas entrañas en las que nacen los sentimientos que genera al escucharla dentro de nosotros.



"Mira el techo abierto, tu corazón inmóvil
está a punto de partirse en millones de colores
y vas a morir en este momento.
Serás afortunado si no deja de doler..."

(El lugar donde viene a morir el amor.- Zahara)