lunes, 8 de agosto de 2011


Tiene apenas tres años y los pies descalzos. Juega a bailar sobre la hierba sin saber siquiera lo que significan las palabras que intentan describirla mientras se mueve de un lado a otro sin que nada pueda detenerla o siquiera explicarla. Gira, salta, se desplaza de la hierba al poyete, se tumba, se revuelve, la persiguen, se escapa, salta al suelo y vuelve otra vez a empezar como si no hubiera hecho nada, como si cada vez que lo hace fuera la primera. Y no es posible dejar de mirarla mientras hace todo eso, aunque haga ya dos o tres canciones que Alondra Bentley empezó a cantar desde sus puntos suspensivos (...) con esa voz maravillosa que parece hecha para una noche de verano llena de estrellas y una pequeña luna preciosa acunada sobre el cielo azul.

Había estado escuchando su disco (Ashfield Avenue) en los días previos con la sensación de que le faltaba algo, de que no terminaba de romper a pesar de que -ahora me doy cuenta- a cada escucha iba faltándole cada vez menos conforme iban creciendo sus canciones dentro. Pero al primer acorde que sonó sobre el escenario ya no faltaba nada: la voz de Alondra Bentley lo llenaba todo con suavidad y dulzura, más cálida aún en directo que en el propio disco. Acompañada por dos músicos que alternaban el contrabajo y la guitarra con el piano y otros instrumentos de aire folk y le hacían los coros, a su actuación parecía no faltarle uno solo de los arreglos de estudio. Como tampoco debió faltarle canción alguna por tocar, a pesar de que a mí aún me cueste reconocer por el nombre algunas de ellas. Sí reconozco la inmensa Still be there y su maravillosa melodía plagada de nostalgia, acaso uno de los momentos más magícos de la noche. Y en ellos, o tal vez antes o después de ellos, uno se pregunta por qué esta chica es tan desconocida que agradece con auténtico entusiasmo que haya unas 100 personas viéndola cuando yo ni tan siquiera había pensado que hubiera mucho público ese día. Porque hay un mundo debajo de la mercadotecnia que hace que Russian Red sea una figura mediática mientras gente como Alondra Bentley o Marina Gallardo, con -para mi gusto- bastantes más argumentos a su favor en sus primeros discos, no obtengan el reconocimiento que merecerían. Pero a pesar de todo, queda la esperanza de que la música sobrevive inexplicable a la dictadura de la imagen, las ventas o el éxito. Y da igual que Alondra Bentley no sea tan conocida o que, como Adele, nunca vaya a ser imagen de portada de una revista de moda a pesar de ser incuestionablemente hermosa.

Porque cuando ella canta esas canciones, da igual todo lo que digan o dejen de decir las palabras que intentan explicarla. En ese preciso instante, sucede como con aquella niña de los pies descalzos a la que no podemos dejar de mirar: uno quizá no puede explicar porqué, pero sabe que no quiere perderse ni una milésima de segundo de lo que está viviendo a través de ella.

Y que si hay algo en lo que merece la pena creer en este mundo es en la música, en la belleza, en la poesía que nunca conseguimos explicar sin llegar a vivirla.


"Sun will still be there
when we, we don't even care.

And truth proving endlessly while we,
cynic as can be,
can't even smile."

(Still be there.- Alondra Bentley)