martes, 10 de febrero de 2009

Músicos de guardia

"Me mato mejor con canciones
de esas que te tocan
para que nadie me quite el baile
de recrearme en tu boca..."

(Platos rotos.- Paco Cifuentes)



No debía ser casualidad que sonara un disco de Damien Rice en el salón de actos antes de que comenzara el concierto, ni tal vez el hecho insignificante de que al salir al escenario Paco Cifuentes interrumpiera precisamente I remember en su parte más intensa; sin dejar que terminara de sonar, como quien venda una herida antes de desangrarse por completo. Como de costumbre salió solo, con guitarra y voz, que diria Drexler, lo que por otra parte ya es más que suficiente tratándose de quien se trata. Hay algo en Cifuentes que lo hace verdaderamente especial cuando toca así; algo que tras varios conciertos aún no acierto a explicar(me) del todo ni, en realidad, aspiro realmente a hacerlo nunca. Es algo que tiene que ver con su voz, con su forma de tocar o de cantar, con la relación "ilógica" que establece entre su voz y el silencio en la que a veces parece que éste más que ser mero vacío a su alrededor completa sus canciones, les otorga matices casi indescifrables pero frágiles, fugaces y, sobre todo, hermosos.

Así ocurre sin ir más lejos en la magnífica La vida aparte, canción que dará título a su segundo disco, que no había escuchado siquiera antes y ante la que en primera impresión sólo cabe quedarse impresionado, casi boquiabierto ante la intensidad que destilan sus letras; sus frases enredadas en lo más profundo del tejido de la piel ajena, tan dentro que no queda ya más remedio que sentirlas bajo la propia piel. Algo quizá que te aniquila, te hipnotiza, como canta en Collage con esa fuerza tan característica que tiene con la guitarra y en el desequilibrio salvaje y, no obstante, controlado de su voz. Porque la voz de Paco tiene un punto impreciso de deje, de (des)equilibrio imposible para discurrir por las canciones entre el grito y el susurro de forma asombrosa y casi ilógica, dotándolas de una intensidad y un punto vertiginoso que las hace difícilmente imaginables de otra forma a como él las canta, incluso cuando las canta de forma diferente a la habitual. Así sucede todo el tiempo con Últimamente, una grandísima canción que no era siquiera canción sino retazos de una conversación a las tantas de la mañana; una demostración de que la música puede sobreponerse en ocasiones a todo lo que se le ponga por delante sin que importe que carezca de una métrica precisa, una rima cuidada o incluso algo de qué hablar. Últimamente es una canción enorme construida a base de aristas por pulir, de golpes inconexos que parecen dirigirse al viento pero que acaban noqueándote; una canción que logra en la interpretación de Paco un equilibrio imperfecto, o un perfecto desequilibrio quizá, entre el grito y el susurro, la rabia y la emoción contenida, llegando a constituir una interpretación casi perfecta hecha, asombrosamente, a base de imperfecciones. Y cuando se canta así, prácticamente da igual que recurra a canciones relativamente nuevas o tire de su repertorio más habitual, como hizo posteriormente en el caso de la siempre extraordinaria y definitoria Platos rotos, para seguir matándose mejor con canciones, o la delicada y repleta de poesía cotidiana Vestida de domingo, ambas esta vez en compañía del más que interesante Andrés Suarez (al que por cierto no conocía apenas).

Éste último ofreció a su vez una actuación realmente destacada en la que a buen seguro captó a nuevos destinatarios de sus canciones, con un estilo enérgico y letras realmente elaboradas, plagadas de imágenes inusualmente evocadoras para los tiempos que corren: los de ese universo musical plagado de inmediatez y de simplismo en busca únicamente de las ventas o el éxito. El propio Andrés Suarez primero bromeaba sobre la chica que en unos grandes almacenes le decía que no tenían su disco (afirmando, además, que le sonaba mucho su nombre ante la perplejidad del propio autor), y luego confesaba que le hacía más ilusión que alguien supiera su letra entre el público a encontrarse con su disco en las tiendas en una ciudad que no es la suya. Y al escuchar su música, además, podías entender que en gran medida era cierto decir aquello y no un mero guiño a un público cómplice. Que, al menos todavía, Andrés Suarez piensa en las canciones que quiere escribir para llegar a la gente en lugar de en la gente a la que quiere llegar usando las canciones como un mero artículo de usar y tirar, en la música como un fin en sí mismo antes como un medio hacia otro lugar.

Luego volvió Cifuentes y tocaron algunas canciones de ambos a medias, retomaron el escenario cada uno a solas y sonaron entre otras la también magnífica Hay días de Paco o la más conocida e incluso coreada Números cardinales de Andrés. Cifuentes, por su parte, está llegando a un punto de su repertorio en el que empiezan a faltarle y sobrarle canciones sin que llegue realmente a importar, aunque (personalmente) me faltaron algunas, como la siempre inmensa Tu boca, la preciosa y desencantada Through the light (por la que reconozco el nombre de Suarez en el acompañamiento) o la casi inédita Antes, que estuvo a punto de tocar cuando rectificó diciendo que no sabía para qué se pensaba el repertorio... Y fue curioso porque yo deseaba escuchar esa canción por una serie de razones (y quizá, sobre todo, de sinrazones), igual que habría dejado que sonara completa I remember al comienzo, pero el día definitivamente no estaba ni estaría ya por la labor de desencaminarse.

Y al final, volvieron a juntarse y ya daba casi completamente igual de quién fuera la canción o quien cantara y quien acompañara, y regalaron un final pletórico de complicidad y de entrega, de ilusión por echar el rato cantando como si la vida les fuera en ello sabiendo que en realidad era exactamente así. Porque, a veces, una parte importante de la vida cabe en canciones como las que estos tipos cantan.

Como las que nosotros sentimos.