jueves, 11 de junio de 2009

Como salida de un cuento...

Zahara salió al escenario con un vestido azul del que mi sobrina pequeña habría dicho que era “de princesa” y sonrió emocionada al ver más público del que esperaba. Todos ellos aguardaban allí para ser parte de su fabulosa historia, así que a ella no le quedó más remedio que colgarse la guitarra -ayer no me parecía tan grande respecto a ella como la primera vez que la vi- y comenzar a cantar la siempre alegre Chica pop, canción por la que uno podría llegar a definirla en tantas y tantas ocasiones. Ya lo dije una vez, pero Zahara hace muchas canciones que difícilmente pueden definirse mediante otro adjetivo que no sea sencillamente bonitas.







Pero sería un error etiquetar -o limitar- su música sólo bajo ese calificativo. Porque si luego canta Photofinish, con esa fuerza tan característica del desgarro que cuelga de un me dueles tanto dicho desde lo más profundo de los sentimientos, no se puede uno quedar sólo con la belleza de su voz o lo pegadizo de la melodía. Porque a Zahara hay canciones en las que no es suficiente escucharla sino que se hace necesario sentirla, como ocurre en ésa ya mencionada o en Diciembre, que también tocaría después. O como ocurre siempre y en todo lugar que toca la estremecedora Con las ganas, que esta vez se quedó sólo en el eco del recuerdo de su última –y maravillosa- interpretación de la última vez que la vi.

Pero ayer el ambiente pedía a gritos a esa “otra” Zahara: la niña grande de la sonrisa linda que te mete en su mundo casi sin querer a través de su alegría, de su ilusión por las pequeñas cosas. Como el regalo de una bolsa de chucherías al entrar a verla, sus comentarios sobre la palabra de honor en entredicho de su vestido o las dedicatorias o intrahistorias de canciones como Olor a mandarinas o La canción más fea del mundo. A veces, uno podría incluso llegar a pensar que Zahara salió de una tira de dibujos animados o de un cuento para niños, porque da la impresión de conservar esa frescura, esa encantadora irreverencia que caracteriza a los niños que actúan bajo el capricho de aquello que les apetece hacer para sentirse bien. Como ese gesto lleno de ternura y de ilusión que supone interrumpir el comienzo de una canción porque una niña pequeña le ha tirado un beso en respuesta al suyo y que tan bien ejemplifica lo que transmitió ayer Zahara en la presentación de su disco: una alegría contagiosa y desbordante, repleta de ilusión por las pequeñas cosas, ante la que es imposible no disfrutar como si la única preocupación fuera que se acabasen las buenas canciones.

Porque quizá el secreto de esta chica sea precisamente ése: afrontar la realidad con la mayor honestidad posible desde la fantasía, la ilusión, incluso la ingenuidad; y a partir de ahí construir un mundo propio del que nadie que la escuche contando –y cantando- su fabulosa historia pueda atreverse a dudar.

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